Hoy me levanté temprano, como casi todas las mañanas. Tomé unos mates, y me metí en el baño para darme una ducha. Cuando abrí la canilla la vi. Una arañita negra corría a la otra punta de la bañera escapando del chorro de agua. No era muy grande. Del tamaño de la uña de mi meñique. Suficiente para dar miedo a cualquier aracnofóbico (que no es mi caso).

Todavía algo dormido, cerré la canilla, busqué un recipiente, lo acerqué donde estaba y se metió sin ofrecer resistencia. Acerqué el recimpeinte a la ventana y lo incliné para que saliera. Y continué con lo que estaba.

Mientras me duchaba me puse a pensar que este tipo de reacción ya era algo habitual en mi forma de vincularme con las arañas y otros bichos… PERO NO SIEMPRE FUE ASÍ.
(No sin vergüenza) se me presentaron flashes de mi infancia en la casa de mis abuelos donde me relacionaba con los bichos de otra manera. A veces no era yo, sino amigos del barrio… Desde arrancar las alitas de una mosca a quemar con una lupa una filita de hormigas. En mis recuerdos, siempre fue parte de un juego. Si bien algunas cosas me hacían ruido (lo de las moscas nunca me animé, creo que más por asco que otra cosa).

No recuerdo que alguien me haya hablado sobre otras maneras de vincularme con esos pequeños seres, que dicho sea de paso, eran vistos como indeseados.

¿Quién me iba a retar por aplastar algunas hormigas a las que mi abuelo combatía para preservar intactas las hojas de su limonero?
O a las asquerosas moscas que mi abuelita rociaba con Flit (menores de cuarenta años abstenerse de recordarlo).

Desde que soy papá, entre las tantas cosas que cambiaron en mí, una de ellas fue este vínculo con los seres que nos rodean.

Todos sabemos que nuestros hijos muchas veces no nos escuchan. Pero lo que sí podemos estar seguros es que siempre nos MIRAN.

De a poquito, te invito a repensar como nos relacionamos con otros seres de nuestro entorno. Al principio puede costar frenar ese impulso de darle un revistazo a la abeja que se metió por la ventana, o darle un pisotón a la arañita del baño. Tomate unos segundos. Preguntale a los chicos qué sugieren hacer para solucionar esa situación, y seguramente, te van a sorprender.

Aprendamos juntos. No solo para vincularnos con la arañita, sino con las personas.