Por Mariano Pose
Ilustrado por Guadalupe Vallejo

Se despertó como todas las mañanas, algo malhumorada… no sabía bien por qué… pero ¿vieron que hay gente que se levanta así? y hasta que no desayuna no le sacás una palabra ni con tirabuzón.

Así era ella, desde chiquita. Hace poquito había cumplido nueve años, y como todos los viernes tenía que ir hasta lo de la abuela a llevarle la canasta de frutas que mamá dejaba preparadita sobre la mesada de la cocina.

No es que le molestara, pero siempre le tocaba a ella ¿por qué no al hermano? ¿porque era más chiquito? ¿porque era varón? Mmmm.
Papá le aseguraba que ella era más confiable para este tipo de “misiones”… ¡Ja! ¡Misiones! Qué bien le habían sacado la ficha sus papás… La conocían como si fuese su hija. Bueno, era su hija, y le apasionaban las misiones.

Salir de su casa era una verdadera aventura, aunque últimamente no la llenaba como antes.
Ahí estaban, sobre la silla, bien planchaditas, sus medias rojas, sus calzas rojas, su camisita roja… su caperuza roja. Estaba a punto de comenzar a vestirse para bajar a desayunar cuando una idea se le cruzó por la cabeza…. ¿viste que las ideas a veces se te cruzan? El papá tenía la teoría de que el aire está lleno de ideas, que vuelan de acá para allá, y van rebotando de un lado al otro… y a veces, si tenés suerte de estar bien perfilado en el momento justo, una te entra justo justo por la oreja… y ¡zas! ¡se te dibuja una idea en la cabeza!

Tenés que tener la suerte de que además de entrar, sea una buena idea, porque a veces ¡se te mete cada idea! y que te entre por la oreja…
Las que te entran por la nariz llegan como borrosas, pegoteadas… debe ser porque tienen que atravesar los mocos (digo yo).

Pero esa mañana, justo por la oreja derecha, se le había metido una idea en la cabeza que iba a cambiar su vida para siempre…